En los albores
de mi alma, yace un recuerdo primal.
Con una taza de café en
la mano, salí al pequeño jardín de mi casa. Quería contemplar la luna. La
contaminación sobre la ciudad, no siempre permite apreciar el cielo, sin
embargo, esa noche en el que el invierno agonizaba, estaba completamente
despejado y teñido de un azul profundo. Ahí estaba ella, la luna llena, posando
como una diva para ser admirada. La contemplé
un rato. Tan redonda, tan lejana y tan mística. Observaba al conejo que asemeja
habitar en ella cuando escuché: “Soy una liebre”. Un rayo de su luz plateada pareció
alcanzarme. Un aullido largo y sostenido
brotó de mis cuerdas vocales. El pensamiento de “¡Qué ridiculez!” cruzó
brevemente por mi cabeza, pero ya no hubo tiempo de racionalizar el evento. Fui
sacada de esta realidad que había comenzado incomodarme años atrás.
Aparecí en un bosque
rodeada de altos y frondosos pinos que parecían protegerme. Unas montañas
lejanas y ligeramente nevadas, eran el telón de fondo. Un cristalino río nacido
de sus entrañas, descendía tropezando con piedras y varas. Se escuchaba el
canto silvestre de algunas aves. Sentí la Sacralidad del Espíritu que ahí
habitaba. Aunque estaba completamente sola no sentí miedo, por el contrario, parecía
pertenecer a esa tierra. Yo era parte de ella.
“Estás
aquí para recordar”
escuché en un susurro
que se llevó el viento.
Con los pies descalzos
y firmemente arraigados, sentí el galope de una manada de caballos salvajes en
mi pecho; un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza erectándome los
pezones. Mi útero palpitó, mi vagina vibró y mis brazos se batieron imitando
ser alas. Mi cuerpo se movía sin mi consentimiento. Comencé a bailar al ritmo de unos distantes
tambores. Mi respiración se agitó mientras mis caderas se contorneaban. Reía. Me sentí feliz en mi cuerpo de mujer y a salvo
en mi propia piel. Me seduje a mí misma. Tan salvaje y primal.
Volví de mi trance. El
café ya se había enfriado. ¿Bajo qué hechizo de luna había visto todo eso? No, no era un encantamiento, era un recuerdo.
Un asomo de la que
había sido antes del sueño del patriarcado y la domesticación. La que corría
libremente por las praderas vestida tan solo con unas telas blancas; la que le
cantaba al sol y a las estrellas; la dadora de vida; la que recolectaba flores
y hierbas; la que contaba historias; la guardiana de los ciclos; la adoradora
de la Madre Tierra; la pagana; la que llamaron “bruja”.
Entonces comprendí que
no se lucha, se despierta, porque el alma libre de lo femenino no puede ser
aprisionada. Es sólo un sueño de opresión. En algún momento de inexplicable confusión
dejé que me ataran con lazos de culpa y pecado. Permití que me impusieran roles
y creencias rígidas. Me coloqué en una posición donde me sentí víctima. Me lo
creí todo. ¡Olvidé que estaba soñando!
Agradecí el recuerdo
de mi alma instintiva y aullé en esa noche de luna llena.
Metepec, México
8 Marzo de 2021
Durante el
confinamiento.