martes, 26 de abril de 2022

LA HISTORIA SE REPITE

 El sonido de la cafetera anunció que el café ya estaba listo. Su aroma impregnaba la cocina. Amanda se lo sirvió en una vieja taza de cerámica decorada, que ella misma había horneado y pintado a mano. Se sentó, dio un sorbo y leyó el periódico digital del día. Todavía tenía un par de horas antes de irse al trabajo. Los museos apenas habían reabierto. Al tiempo que la pandemia del Covid 19 daba tregua, las actividades citadinas lentamente volvían a una normalidad que sufrió los inimaginables cambios de una emergencia sanitaria mundial.

Amanda era historiadora, amaba leer. Su curiosidad por la Historia se debía a que su bisabuelo francés había muerto combatiendo como piloto durante la Segunda Guerra Mundial. No pudieron rescatar el cuerpo. Su abuela le contó muchas veces lo difícil que era, cada vez que iban al panteón a visitar una tumba vacía.  El dolor por esta pérdida ancestral estaba presente en su linaje. Quería profundizar en los motivos que llevan a los hombres a matarse unos a otros; en vez de vivir en tolerancia y respeto. En sus reflexiones filosóficas Amanda se obligaba a cuestionarse, a ir a lo profundo para encontrar las respuestas que le dieran sentido a su vivir. Era experta en el tema de las guerras y conflictos bélicos. Había estudiado con ahínco. Sus artículos de opinión fueron publicados en diversas revistas universitarias.  Fue a Polonia para conocer lo que había sido el complejo Auschwitz formado por diversos campos de concentración y exterminio. Se había dedicado unos años a la docencia.  Su puesto como directora del Museo Memoria y Tolerancia se lo había ganado a pulso. Todos los proyectos pasaban por su supervisión. Era una jefa querida y respetada, de espíritu crítico y objetivo. A sus sesenta años sabía la importancia de mantener viva la memoria histórica para evitar que los atroces hechos del pasado se repitieran. Era muy fácil pasar de la discriminación, a la intolerancia y al genocidio. La locura de la guerra, la motivaba a buscar la paz.

En su faceta menos conocida Amanda, también era amante de la Naturaleza y cada vez que podía se escapaba para refugiarse en algún bosque a las afueras de la ciudad. Cuando abrazaba un árbol sentía una profunda conexión con la Tierra y con la Vida. Advertía algo inefable, un recuerdo que quería brotar a su conciencia.

Esa mañana las imágenes del reciente conflicto Ucrania-Rusia llenaban los diarios. Una invasión vivida casi en tiempo real. Videos y fotografías que circulaban a la velocidad de la era del internet. El presidente Vladimir Putin de Rusia, justificaba la invasión mientras su homólogo ucraniano, el presidente Volodímir Zelensky resistía. Había pedido ayuda a otras naciones, las cuales se mantenían cautelosamente al margen para no extender el conflicto por toda Europa. Su participación se limitaba al envío de armas a Ucrania y a imponer sanciones económicas que tarde o temprano repercutirían en la economía mundial. El plan ruso de una invasión rápida se había complicado. La confrontación se alargaba dejando una estela de muerte y destrucción.

El corazón de Amanda se encogió al conocer la noticia de que uno de los bombardeos en Kiev, cayó muy cerca del monumento Babi Yar, el cual recordaba el exterminio en ese mismo sitio de 33711 judíos en tan solo cuarenta y ocho horas en 1941. Este evento fue la antesala de los campos de concentración y de los asesinatos en masa perpetrados por el ejército de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.

Amanda veía con tristeza cómo la Historia se repetía, las imágenes del pasado no eran tan diferentes a las actuales. Por su conocimiento en guerras, sabía de alguna manera que el conflicto escalaría, porque eso es lo que pasa cuando el poderío de un líder se suma a su megalomanía.  

“¿Y si éste fuera el fin de todo”? Caviló. Esta pregunta había sido inevitable hacía apenas dos años cuando el virus del Covid obligó al mundo a confinarse. La pandemia había sorprendido a todos. Fue hasta que las vacunas estuvieron disponibles, que se vislumbró un rayo de esperanza.

La historiadora terminó su café, se preparó el desayuno y se arregló para ir a la oficina. Revisó los pendientes y decidió recorrer el museo como si fuera una visitante cualquiera. Se detuvo en cada sala, se conmovió ante las imágenes devastadoras. Se sentó en uno de los espacios dispuestos, cerró los ojos sintiendo un apretado nudo en la garganta que se ahogaba en la impotencia. Por un instante creyó que su labor era vana. De ninguna manera ella había cambiado el mundo y el museo que dirigía con tanta devoción tan sólo era un recordatorio insuficiente, un memorial como tantos otros en el mundo, que no evitaba las guerras en el presente.

Sin motivo aparente, comenzó a tararear la canción “Imagine” que John Lennon había compuesto en los 70´s. Pudo imaginarlo sentado frente a su piano tocando los primeros compases, siendo inspirado por un anhelo profundo de paz. “¿Fue en vano su canción?” Se preguntó. Casi de manera inmediata sintió la respuesta en su pecho: un “no” rotundo. En ese instante comprendió lo trascendente de hacer arte en cualquiera de sus formas. Recordó cuándo horneaba y pintaba cerámica en un pequeño taller. Nunca se consideró una gran artista, sin embargo, aquel pasatiempo la llenaba de gozo. El tiempo desaparecía cuando ella creaba; sus manos se deslizaban con gracia por la arcilla fresca; o se curtían cuando tenía que manipular el horno de piedra. Fue así como se hizo de su colección de tazas. Corrió a la cabina de audio donde operaban la música ambiental y dio la instrucción de tocar la emblemática canción.  

Si bien la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial estaba puesta sobre la mesa y el ser humano tenía la capacidad tecnológica de destruirse a sí mismo y al planeta, Amanda había comprendido que cada acción cuenta, por pequeña que ésta sea, aunque la conciencia colectiva todavía no alcance para vivir en armonía.  Era cuestión de tiempo para que la suma de las buenas voluntades diera un resultado venturoso. No, no se iba a dejar envolver por la desesperanza y el miedo. Regresaría al taller de alfarería.

El sonido de la cafetera anunció que el café ya estaba listo. Su aroma impregnaba la cocina. Amanda se lo sirvió en una taza decorada con plumas de aves. Se sentó, dio un sorbo y leyó el periódico digital del día. Esa rutina que muchas veces la había incomodado, ahora la sentía como un ritmo. Percibía una sacralidad escondida bajo su cotidianidad. Su vida tenía sentido y estaba en paz.



                                                            Imagen tomada de internet

lunes, 11 de abril de 2022

SIN RITOS


Mis primeros escritos fueron para Jesús crucificado. Me movía el corazón imaginarlo ensangrentado en una cruz. Iba en la secundaria en una escuela de monjas. En aquella etapa de mi vida, me identifiqué con el dolor y el sufrimiento que antecedieron su muerte. No recuerdo haberle dado importancia a su resurrección. Las iglesias me reforzaron esa idea una y otra vez. Tuvieron que pasar muchos años para que pusiera mi mirada en la Pascua y otros tantos, para que empezara a cuestionar. ¿Qué sentido tenía recrear una y otra vez el dolor de Jesús? ¿Qué provecho tenía quedarse en las heridas de la infancia?  

Estuve muchos años en terapia, pero llega un punto en que la psicología se topa con un límite. ¿Qué había más allá del entendimiento de las heridas? Tenía que haber un sentido profundo, algo más allá de lo tangible. Así fue cómo comencé mi camino espiritual. Sostengo que todos los seres humanos estamos, tarde o temprano, llamados a eso. A escuchar la voz interior y la guía intuitiva. Estamos llamados a regresar al  AMOR.

Hoy mis creencias han cambiado, siento que tratar de explicar a Dios es imposible, porque es inefable. ¿Qué es Dios? Un señor, un padre, una mente, una inteligencia, una fuerza creadora, un todo, una energía, un poder superior. No lo sé. Las palabras no alcanzan para explicar el misterio de la Creación y de la Vida. Sólo son intentos y esos intentos crearon las religiones, pero es mentira que unos somos infieles y otros son leales. Es mentira que vamos a arder en un infierno y a pagar por nuestros pecados. No pretendo convencer a nadie ni que estén de acuerdo conmigo, solo quiero decir que prefiero elegir el Amor. Sólo el Amor. Sin ritos, ni ofrendas, sin el peso de una historia lastimosa repetida por más de dos mil años. Si voy a evocar a Jesús que sea como un guía, un amigo, un ejemplo, un camino, una huella indeleble, un maestro compasivo cuyos pasos quiero seguir, un susurro de paz que me invite a regresar al Amor.  Hoy quiero dejar de escuchar los dogmas que fabricaron los hombres, liberarme de la rigidez de las creencias. Sólo quiero escuchar a Dios como hacía Jesús cuando oraba en silencio. Tocar la paz que él alcanzaba, para crucificar al ego y abrazarlo todo.


                                                            Imagen tomada de internet

domingo, 10 de abril de 2022

YOLANDA VIANEY

Soñé con un distante lugar donde todo estaba entretejido por los hilos del Amor. Yo flotaba, era una almita que junto con otras más esperaba ser llamada para encarnar en la Tierra. Jugábamos en la cola de un cometa cuando escuchamos un llamado.

—¡La siguiente! —

Me acerqué brincando de emoción. ¡Por fin había llegado el momento!

—Acompáñame, necesito mostrarte algo — me dijo el ángel en turno.

Llegamos a una tienda llena de anaqueles perfectamente acomodados. Sobre una repisa había cinco bolsitas de tela rústica de diferentes colores que contenían algo que yo desconocía.

—Antes de irte tendrás que elegir una de éstas… para que la lleves contigo a tu experiencia humana.

—¿Qué son?

—Son heridas.

—y ¿qué es una herida?

—Lo sabrás a su tiempo…

Leí las diminutas etiquetas: Traición, rechazo, humillación, abandono e injusticia. Aunque no sabía qué significaban, elegí la bolsita color azul.

—Has optado por el Abandono…mmm… ahora tendrás que elegir al mensajero que te recordará tu elección. Iremos a la Sala de los Acuerdos.

Sobre la mesa había varias actas; algunas estaban en blanco; otras tenían dibujos o estaban firmadas.  

—Escoge alguna para cerrar el pacto.

Me llamó la atención una de las hojas cuyo membrete era un hermoso signo oriental que descansaba sobre un árbol del cerezo.

—¡Ésta! — aseguré  

—Ese es el linaje de quien será… tu padre.

—¿Hice una buena elección?

El ángel me miró con tremenda compasión.

—No hay elecciones buenas ni malas, solamente hay algunas que te conducen por caminos más espinosos. Nacer humano es toda una aventura. Tus padres estuvieron por aquí hace ya algún tiempo y por supuesto también hicieron sus elecciones.  Tu padre es un hombre de buen corazón, aunque de carácter débil y tu madre es una mujer de carácter fuerte con un corazón débil — explicó el ángel encogiéndose de hombros — cuando pases por el túnel de luz, olvidarás todo. Nacerás sin la conciencia de estas elecciones. Solamente quedarán impregnadas como un eco. La herida te dolerá mucho y por demasiado tiempo, pero cuándo evoques este momento todo tendrá sentido.

—Dices cosas muy extrañas…entonces ¿en la Tierra no hay Amor?

—Sí, hay Amor, pero está casi olvidado. Las cosas allá abajo están muy convulsas. Las almitas que deciden bajar ahora, son muy valientes. Todas tienen la encomienda de extender el amor para que sea recordado.  

—y ¿cómo haremos eso?

—Con sus dones. Ahora iremos al Salón de los Talentos para que los recibas.

Llegamos a un salón donde una mujer cubierta con un manto traslúcido lleno de estrellas nos esperaba sentada en un sillón aterciopelado. Portaba sobre su regazo un libro dorado donde estaban escritos los planes de vida. Lo hojeó y después con su melodiosa voz me dijo:

—Serás niña y te llamarás Yolanda Vianey. Tus padres serán Yolanda y Alejandro. Ellos estarán juntos por muy poco tiempo. Él se irá y eso marcará tu corazón de una manera profunda. La Tristeza te acompañará por años.

El ángel miró a la mujer quien sonrió tímidamente señalando la página del libro donde estaba abierto.

—Te doy el don del Entendimiento y la Sabiduría. Amarás el  Conocimiento. También te otorgo el don de la Escritura.  A través de las palabras construirás puentes que unen realidades, además tocarás muchos corazones iniciando por el tuyo. Antes de querer compartirlo, tendrás que sanar tu herida. Si lo compartes antes de tiempo, no será visto.  Es un don muy especial ya que viene acompañado de la Inspiración, la Fantasía y la Curiosidad.  Te daré un poco de Rebeldía, te va a hacer falta y mucha Intuición.

Yo brillaba recibiendo todos esos talentos. Al final, la mujer me impuso sus manos afirmando:

—Eres profundamente Amada. Ya estás lista para emprender el viaje. ¡Qué tengas buena Vida!

El ángel me condujo al túnel de luz que me llevó al bendito vientre de mi madre. Nací en tiempo y forma un soleado domingo de enero. Fui recibida con gran alegría por mis padres y abuelos. Niña de tez blanca y ojos azulados, cabellos rubios y rebeldes. Y tal cómo me había dicho la mujer del manto estrellado, un día mi padre partió…

Fue hasta los trece años cuando tomé un papel y una pluma y me dejé conmover ante la imagen del Crucificado. Escribí mi primer poema. Después fueron incontables palabras puestas en pergaminos para vaciar el dolor de mi corazón abandonado. Por más que escribía el dolor no desaparecía. Pasaron muchos años antes de que disminuyera. Supongo que los otros dones también me ayudaron. Pausadamente mi historia se fue acomodando como un rompecabezas donde las piezas embonan magistralmente.

Un día me di cuenta de que el dolor era pequeñito. Seguía ahí, pero ya no lo abarcaba todo. Decidí entonces guardarlo en una bolsita de tela azulada y con mucha delicadeza lo puse en un altar. Esa mañana de primavera, los rayos del sol traspasaron la ventana y me acariciaron el rostro. El calor fue una tenue caricia y entonces rememoré. No, no era un sueño, ¡era un recuerdo!

Tomé mi pluma y comencé a escribir. Ya no me movía el reconocimiento ni el deseo de ser especial, solamente pretendía extender el amor para que fuera recordado.

 

Metepec, México