miércoles, 24 de abril de 2019

HERA ESCAPA DEL OLIMPO



Ella era una mujer tan especial y única. Tan inalcanzable. Se encontraba en la cima de su vida perfecta. Cuando la conocí era toda una diosa Hera, devota de su Zeus, pero yo sabía qué en el fondo de su alma, latía el deseo ardiente de convertirse en otra diosa.
Su erotismo se había manifestado a temprana edad, incomprendida y juzgada lo había mandado al inframundo, donde yo habitaba. Un día tropecé con su deseo apagado, aún estaba vivo. Lo tomé entre mis manos y soplé para avivarlo. Tenía que entregárselo, era suyo, le pertenecía. Lo necesitaba para ser una mujer completa.

¿Cómo lograría que Hera bajara de su Olimpo?

Me vestí de sabio y poeta. Al menos, obtuve su atención. Cuando lancé mi propuesta potencialmente erótica, no creí que penetrara en su psique, pero algo en ella, se derrumbó. Después me diría que “mi mirada la salvó”. Dejó sus ropajes de Hera y se extravió en el bosque donde yo la esperaba. Subió a mi carruaje y la llevé a mis confines. Bebió del vino de la transgresión que le ofrecí. Se desnudó, ya era otra. Se embriagó de su deseo. Se volvió furtiva. En su cuerpo, escribimos una nueva historia.

La llamé “Ariadna”.

Hubiera querido que se quedara más tiempo, pero casi salió corriendo. “¿Huyes de mí?” Alcancé a preguntarle. “Debo volver” me respondió. La miré alejarse con el hilo rojo atado a su muñeca. Sin duda encontraría el camino de regreso.   
Volvió al Olimpo. Se atavió de Hera nuevamente, pero ya no era la misma. Nadie sale del inframundo sin llevarse una joya. 
Me alegra haberla seducido. Hoy la miro lejana y más bella que nunca.
Tan mujer y tan diosa.