Mis
primeros escritos fueron para Jesús crucificado. Me movía el corazón imaginarlo
ensangrentado en una cruz. Iba en la secundaria en una escuela de monjas. En
aquella etapa de mi vida, me identifiqué con el dolor y el sufrimiento que
antecedieron su muerte. No recuerdo haberle dado importancia a su resurrección.
Las iglesias me reforzaron esa idea una y otra vez. Tuvieron que pasar muchos
años para que pusiera mi mirada en la Pascua y otros tantos, para que empezara
a cuestionar. ¿Qué sentido tenía recrear una y otra vez el dolor de Jesús? ¿Qué
provecho tenía quedarse en las heridas de la infancia?
Estuve
muchos años en terapia, pero llega un punto en que la psicología se topa con un límite.
¿Qué había más allá del entendimiento de las heridas? Tenía que haber un
sentido profundo, algo más allá de lo tangible. Así fue cómo comencé mi camino
espiritual. Sostengo que todos los seres humanos estamos, tarde o temprano,
llamados a eso. A escuchar la voz interior y la guía intuitiva. Estamos
llamados a regresar al AMOR.
Hoy
mis creencias han cambiado, siento que tratar de explicar a Dios es imposible,
porque es inefable. ¿Qué es Dios? Un señor, un padre, una mente, una
inteligencia, una fuerza creadora, un todo, una energía, un poder superior. No
lo sé. Las palabras no alcanzan para explicar el misterio de la Creación y de
la Vida. Sólo son intentos y esos intentos crearon las religiones, pero es mentira
que unos somos infieles y otros son leales. Es mentira que vamos a arder en un
infierno y a pagar por nuestros pecados. No pretendo convencer a nadie ni que
estén de acuerdo conmigo, solo quiero decir que prefiero elegir el Amor. Sólo
el Amor. Sin ritos, ni ofrendas, sin el peso de una historia lastimosa repetida
por más de dos mil años. Si voy a evocar a Jesús que sea como un guía, un amigo,
un ejemplo, un camino, una huella indeleble, un maestro compasivo cuyos
pasos quiero seguir, un susurro de paz que me invite a regresar al Amor. Hoy quiero dejar de escuchar los dogmas que fabricaron
los hombres, liberarme de la rigidez de las creencias. Sólo quiero escuchar a
Dios como hacía Jesús cuando oraba en silencio. Tocar la paz que él alcanzaba, para
crucificar al ego y abrazarlo todo.
Imagen tomada de internet
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