Soñé con un distante lugar donde todo estaba entretejido por los hilos del Amor. Yo flotaba, era una almita que junto con otras más esperaba ser llamada para encarnar en la Tierra. Jugábamos en la cola de un cometa cuando escuchamos un llamado.
—¡La
siguiente! —
Me
acerqué brincando de emoción. ¡Por fin había llegado el momento!
—Acompáñame,
necesito mostrarte algo — me dijo el ángel en turno.
Llegamos
a una tienda llena de anaqueles perfectamente acomodados. Sobre una repisa
había cinco bolsitas de tela rústica de diferentes colores que contenían algo
que yo desconocía.
—Antes
de irte tendrás que elegir una de éstas… para que la lleves contigo a tu
experiencia humana.
—¿Qué
son?
—Son
heridas.
—y
¿qué es una herida?
—Lo
sabrás a su tiempo…
Leí
las diminutas etiquetas: Traición, rechazo, humillación, abandono e injusticia.
Aunque no sabía qué significaban, elegí la bolsita color azul.
—Has
optado por el Abandono…mmm… ahora tendrás que elegir al mensajero que te
recordará tu elección. Iremos a la Sala de los Acuerdos.
Sobre
la mesa había varias actas; algunas estaban en blanco; otras tenían dibujos o
estaban firmadas.
—Escoge
alguna para cerrar el pacto.
Me
llamó la atención una de las hojas cuyo membrete era un hermoso signo oriental
que descansaba sobre un árbol del cerezo.
—¡Ésta!
— aseguré
—Ese
es el linaje de quien será… tu padre.
—¿Hice
una buena elección?
El
ángel me miró con tremenda compasión.
—No
hay elecciones buenas ni malas, solamente hay algunas que te conducen por
caminos más espinosos. Nacer humano es toda una aventura. Tus padres estuvieron
por aquí hace ya algún tiempo y por supuesto también hicieron sus elecciones. Tu padre es un hombre de buen corazón, aunque
de carácter débil y tu madre es una mujer de carácter fuerte con un corazón
débil — explicó el ángel encogiéndose de hombros — cuando pases por el túnel de
luz, olvidarás todo. Nacerás sin la conciencia de estas elecciones. Solamente quedarán
impregnadas como un eco. La herida te dolerá mucho y por demasiado tiempo, pero
cuándo evoques este momento todo tendrá sentido.
—Dices
cosas muy extrañas…entonces ¿en la Tierra no hay Amor?
—Sí,
hay Amor, pero está casi olvidado. Las cosas allá abajo están muy convulsas.
Las almitas que deciden bajar ahora, son muy valientes. Todas tienen la
encomienda de extender el amor para que sea recordado.
—y
¿cómo haremos eso?
—Con
sus dones. Ahora iremos al Salón de los Talentos para que los recibas.
Llegamos
a un salón donde una mujer cubierta con un manto traslúcido lleno de estrellas
nos esperaba sentada en un sillón aterciopelado. Portaba sobre su regazo un
libro dorado donde estaban escritos los planes de vida. Lo hojeó y después con
su melodiosa voz me dijo:
—Serás
niña y te llamarás Yolanda Vianey. Tus padres serán Yolanda y Alejandro. Ellos
estarán juntos por muy poco tiempo. Él se irá y eso marcará tu corazón de una
manera profunda. La Tristeza te acompañará por años.
El
ángel miró a la mujer quien sonrió tímidamente señalando la página del libro
donde estaba abierto.
—Te
doy el don del Entendimiento y la Sabiduría. Amarás el Conocimiento. También te otorgo el don de la
Escritura. A través de las palabras construirás
puentes que unen realidades, además tocarás muchos corazones iniciando por el
tuyo. Antes de querer compartirlo, tendrás que sanar tu herida. Si lo
compartes antes de tiempo, no será visto. Es un don muy especial ya que viene acompañado
de la Inspiración, la Fantasía y la Curiosidad. Te daré un poco de Rebeldía, te va a hacer
falta y mucha Intuición.
Yo
brillaba recibiendo todos esos talentos. Al final, la mujer me impuso sus manos
afirmando:
—Eres
profundamente Amada. Ya estás lista para emprender el viaje. ¡Qué tengas buena
Vida!
El
ángel me condujo al túnel de luz que me llevó al bendito vientre de mi madre.
Nací en tiempo y forma un soleado domingo de enero. Fui recibida con gran
alegría por mis padres y abuelos. Niña de tez blanca y ojos azulados, cabellos
rubios y rebeldes. Y tal cómo me había dicho la mujer del manto estrellado, un
día mi padre partió…
Fue
hasta los trece años cuando tomé un papel y una pluma y me dejé conmover ante
la imagen del Crucificado. Escribí mi primer poema. Después fueron incontables palabras
puestas en pergaminos para vaciar el dolor de mi corazón abandonado. Por más que
escribía el dolor no desaparecía. Pasaron muchos años antes de que disminuyera.
Supongo que los otros dones también me ayudaron. Pausadamente mi historia se
fue acomodando como un rompecabezas donde las piezas embonan magistralmente.
Un
día me di cuenta de que el dolor era pequeñito. Seguía ahí, pero ya no lo
abarcaba todo. Decidí entonces guardarlo en una bolsita de tela azulada y con
mucha delicadeza lo puse en un altar. Esa mañana de primavera, los rayos del
sol traspasaron la ventana y me acariciaron el rostro. El calor fue una tenue
caricia y entonces rememoré. No, no era un sueño, ¡era un recuerdo!
Tomé
mi pluma y comencé a escribir. Ya no me movía el reconocimiento ni el deseo de
ser especial, solamente pretendía extender el amor para que fuera recordado.
Metepec, México
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