La lejana estrella sucumbió al deseo de volverse terrena y cuando llegó a la Tierra tomó forma de mujer. Se vistió de hechicera con velos, perlas y esmeraldas. Caminó descalza. Se dejó llevar por el viento para olvidar el recuerdo del poeta, aunque fue inútil. Sus versos como huellas, habían trazado un camino, así que fue fácil encontrarlo. Al mirarla, inmediatamente la reconoció, su belleza lo enmudeció. Cuando recuperó el aliento trató de explicarle el motivo de dejarla en el olvido; tenían poco tiempo para hablar. Ella, tampoco pudo explicar su presencia en el mundo real. Lo único cierto era que necesitaba verlo una vez más. Sus miradas fueron más elocuentes que sus erráticas palabras, pero a la estrella le bastó para recuperar su brillo.
La estrella sabía que había trasgredido sus propios límites, que estaba en un lugar ajeno al que no pertenecía y pronto tendría que volver al lejano cielo. Alterar el orden era peligroso, pero estaba cansada de hacer siempre lo correcto. Su brillo se había apagado. Jugar a ser estrella fugaz, le daba un motivo para seguir latiendo en el firmamento. ¡Hubiera querido robarle un beso al poeta! aunque eso no era posible, en cambio, se dejó fecundar el alma. La estrella, se alejó con una sonrisa secreta. El haz de luz que la llevaría de regreso estaba listo, era tiempo de regresar a su lugar. Dejó su traje de mujer y se volvió etérea.
Regresó brillante, su ausencia pasó desapercibida: Se acomodó de nuevo y pensó en su pecado. “Las estrellas no deben bajar a la Tierra” le habían dicho sus ancestras. Era un placer prohibido. ¡Ya se le había olvidado su rebeldía! Había un gozo en su irreverrencia. El juicio herido ya no la alcanzaba. Recuperaba sus instintos, su deseo y su fuerza. Ahora brillaba con luz propia.
Bajo la complicidad de la noche, escondida en la luna, se asomó a buscar al poeta quien miraba el cielo. Su corazón palpitó al verla, tan hermosa y radiante. Ahora era la estrella la que declamaba versos:
Déjame
ser el espejo eterno donde contemples el misterio de tu propia alma.
Déjame
estar contigo en la distancia y tenerte cautivo.
Déjame
provocar tu pasión, encender tu cuerpo,
despertar tus instintos
y
luego desaparecer en la oscuridad de la noche.
Déjame
permanecer altiva y distante, bella e inalcanzable.
Déjame
cubierta bajo el velo. Déjame aquí junto a la luna.
- ¿Qué tipo de locura es ésta? - susurró él.
- La
locura que ambos necesitamos...
Con una ráfaga, las nubes la cubrieron y ya no fue visible.
Así son los aires de Otoño, arrebatan la razón para que podamos escribir nuevas líneas en nuestras historias inconclusas. Las tintas también se ven alteradas, las realidades se tocan. Surge un surrealismo que sabe a libertad: Una estrella que se hizo terrena, una musa convertida en poetisa, un poeta seducido y un pecado convertido en redención.