Quizás en una lejana
tierra donde “Había una vez…”
Las hay de todo tipo.
Algunas se reúnen a tomar café en las tardes otoñales, otras más discuten cómo
desean ser contadas, también existen las qué al calor de una copa de vino, se
tornan incendiarias.
Las historias que están
listas para ser narradas, descienden por el Túnel de la Inspiración hasta
llegar al autor. No se sabe a ciencia cierta cómo es que esto ocurre, al parecer
son ellas mismas quienes eligen al indicado. Quizás sea un escritor consagrado
o uno incipiente, una maestra de literatura, un estudiante, o un artista
atormentado, aunque eso no es lo más importante. El autor es solo un puente que
conecta dos mundos. No importa tanto el nombre sino lo que tiene que
escribirse.
Todo empieza con una
idea que poco a poco va tomando fuerza. Una historia viva y caprichosa que se
manifiesta en sueños, frases o imágenes, que se va revelando poco a poco. Una
voz que va subiendo de tono hasta que un día obliga a apartarse porque el
proceso creativo es solitario, una especie de retiro interior. Un arrebato. Se
trata de entrar en la corriente artística y dejarse arrastrar. La soledad del
escribiente no duele porque está acompañada de personajes. Las emociones jugarán
con él y le sacudirán el alma. La historia tiene que ser vívida. Arrojado a los dominios de Numen, no tiene ya
escapatoria.
Las palabras entonces
formarán frases que se van entrelazando. Por inverosímil que esto suene, parece
que se escribirá a sí misma. Caótica,
álgida, con personalidad propia. A veces la historia dará giros inesperados. Voluntariosa,
dirá cuándo poner el punto final.
Al término, el escribiente será transmutado. El mundo imaginario se habrá vuelto real y el mundo real comenzará
a incomodarlo.
Pedirá nuevamente,
ser elegido por una historia que quiera ser contada.
Mientras tanto, esperará
bebiendo tazas de café, frente a una hoja en blanco.
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