...No, no se trataba de
pegar los pedazos de nuestra historia rota, era algo mucho profundo; por eso
decidí volver al laberinto, necesitaba ir a los Hornos de la Alquimia. Guardé
nuestra historia hecha trozos en una bolsa de tela y bajé al Reino de lo Profundo.
Fue relativamente fácil llegar pues ya conocía el camino, aunque no por eso
dejaba de sorprenderme. Reconocí el lugar donde estaban mis siete hornos.
Escogí uno de los que estaban vacíos y eché uno a uno los recuerdos, los
hubiera, las interpretaciones, las mentiras, las cobardías, las soberbias, las
suposiciones, las versiones, las expectativas, las ausencias, las creencias,
hasta los olvidos. Era tiempo de
reconciliación. Revolví todo con una vara de madera que encontré por ahí y
cerré la tapa. Me pinché el dedo con una aguja que llevaba pues sabía que el
horno se encendía con una gota de sangre. Poco a poco la temperatura comenzó a
subir, ahora sólo era tiempo de esperar. Pude haberme quedado sentada junto al
horno pero debía hacer algo más. Crucé los pasillos del laberinto hasta llegar a la Puerta de la
Enfermedad que estaba abierta, parecía que una vez más, tendría algo que
enseñarme, pero ahora había una diferencia, no era mi cuerpo el que estaba
enfermo, alguien de mi linaje había pasado por ahí. No era mi batalla, ni
quería librarla, pero sabía que tenía la
opción de ser una guía en el ya conocido lugar. Podía ser como la luz de una
vela que alumbra el oscuro camino, era mi elección. Y ahí en la oscuridad, una vez más brilló una pequeña luz, era la
esperanza de escribir nuevas líneas en nuestra historia. ¿Con qué tinta
escribiría al menos la parte que a mí me correspondía? La vida nos daba una
última oportunidad, sería el capítulo final...
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