Aquella mañana un baúl
mágico había amanecido en su habitación. La mujer deprimida, se levantó y lo
abrió con curiosidad. Dentro había ropajes, disfraces y telas de diversos
colores y texturas. Leyó un papel que decía:
“Para
usarlos, es necesario que primero empaques tu desgastado disfraz de madre”.
La mujer deprimida se miró en un espejo y se
dio cuenta de que todavía portaba algunas prendas, se había estado quitando varias
partes pero cada vez que desprendía alguna le dolía tanto que no terminaba de
desvestirse. Estaba medio vestida y
medio muerta en vida. Se miró con detenimiento. Su pelo estaba enmarañado, sus
ojos no brillaban y sus ojeras eran como surcos. ¡Qué decir de su piel seca y
su mirada perdida! Respiró profundamente y terminó de desvestirse al tiempo que
unas lágrimas rodaban por su rostro.
Guardó el disfraz que por tantos años le
había dado sentido a su vida. Observó su cuerpo femenino con las huellas de la
maternidad en su vientre y en sus senos. Quizás no era perfecto pero había una belleza
en sus curvas y pliegues. Se quedó desnuda un largo rato. Cuando sintió frío
buscó en el baúl y se puso lo que parecía un disfraz de amazona. Le quedaba bien
y comenzó a sentirse diferente. Recordó todos los planes que puso en pausa a
causa de la maternidad. Quizás era buen tiempo para retomarlos. Una luz de
esperanza brilló en su atribulado corazón.
Después encontró una capa
y un sombrero como de bruja. Con curiosidad también se los probó y una sonrisa
se dibujó en su rostro. Simuló tener una varita mágica en su mano y dijo: “Abracadabra”.
Acto seguido se sintió conectada a su intuición, su sabiduría interna
despertaba de su letargo. Una nueva comprensión le llegó. Ya no tenía sentido
querer cuidar algo que no necesitaba ser cuidado. Si se empeñaba en hacerlo, su
amor se volvería oscuro y sofocante. Podría destruir lo que tanto amaba.
Las telas rojas que
quedaban en el baúl llamaron su atención. Era un vestido rojo de velos con
brillantes lentejuelas. Cuando se lo puso se sintió sensual. Comenzó a bailar y
a cantar. No podía parar. Una risa curativa salió de lo profundo de su alma. ¡Hace
tanto tiempo que no reía! Una nueva energía le recorría el cuerpo. Se sintió
creativa y vibrante.
¡Había magia en aquellos
atuendos! Al fondo del baúl encontró otro mensaje:
“Puedes volver a vestirte
de madre y sentirte deprimida el tiempo que quieras”.
-
¡No, ya tuve suficiente!-
Miró en retrospectiva el
tiempo que había dedicado a sus hijos. ¡No lo había hecho nada mal! Eran jóvenes
con unas incipientes alas pero con muchas ganas de volar. Comprendió que para
que esas alas crecieran, ella necesitaba alejarse y darles espacio. Ahora sabía
que con la ayuda de lo masculino, sus hijos podrían desplegar sus alas. Lo que
tenía que darles, ya se los había dado. Ahora necesitaban salir al mundo sin
ella. Juntó sus manos y haciendo una pequeña reverencia dijo:
-
Hijos míos tienen mi bendición.-
Acto seguido una luz la
envolvió y se sintió reconfortada. Faltaba poco para que sintiera fortaleza y
fuera en busca de sus sueños.
Su deseo más profundo la esperaba del otro lado
del arco iris.
Pronto emprendería un viaje iniciático.
Imagen tomada de internet
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