El reloj
marcó el tiempo. La Improbabilidad estaba lista para actuar. Una vez más aquella
tierra azteca sería sacudida, en el mes patrio. ¿Ironía, coincidencia o
causalidad? El escenario no era nuevo. Se repetía como una vieja cinta de 1985.
El movimiento fue abrupto. Los derrumbes, inevitables. Las pérdidas,
lamentables.
Por
misteriosas razones, sus habitantes solían sacar lo mejor de sí mismos en medio
de la Tragedia. El dolor aparecía como un elemento unificador. Los egos
doblegados ante una verdad milenaria: La
Grandeza ancestral de un pueblo mágico.
La Empatía y
la Solidaridad aparecieron entre los escombros. La Incertidumbre dormitaba entre
los días que se hicieron noches y las noches que amanecían. Y bajo tierra
aguardaba la Esperanza.
Inevitable
para algunos, la cita con el Destino. Una honra profunda a quienes perdieron la
Vida. El sabor amargo de la pérdida que siempre enseña algo. Lo efímero de lo
material que recuerda lo verdaderamente importante. La vacuidad que obliga a
llenarse de lo Eterno. El recuerdo que nos devuelve al lugar donde alguna vez
fuimos Unidad. El espejo de la Otredad que nos refleja nuestra frágil humanidad.
Una
sociedad abruptamente sacudida de su letargo, de su inercia y apatía. Una
sociedad arrojada al servicio, motivada por el bien común. Sin protagonismos
triviales. Héroes anónimos sin más nombre que “Mexicano”. Un despertar
irreversible.
Vendría un
tiempo de Resiliencia. Una pausa para tomar fuerzas. El camino de la
Reconstrucción ya había sido trazado por aquellos que no se rinden, por
aquellos que escucharon el llanto de un México herido que quiere sanar, que
confían en que un día la Solidaridad será cotidiana.
El
despertar de una conciencia colectiva que ya no quiere volver a dormir.
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