En una
tierra muy lejana, aquel ancestro depositó bajo el cerezo, la fuerza de su
espíritu samurái.
La gran
fuerza penetró las raíces y al árbol le crecieron muchas ramas. Nuestro linaje.
Cualquier descendiente, podría tomar el gran regalo. Misteriosamente algunos lo
hicieron, otros no pudieron.
Pasaron
varias generaciones. Nació mi abuela y a su tiempo, mi padre. Ramas muy
cercanas.
Yo fui una
rama olvidada pero no se puede “despertenecer” al árbol del Origen. Cuando
voltearon a verme ya había crecido. En el olvido, tomé la fuerza del espíritu
samurái. Y yo creyéndome ¡tan débil! Esperando ser rescatada. Toda esa fuerza permanecía
dormida en algún lugar de mi mundo interno.
Un día
caminando por un hermoso jardín me encontré con un hombre sabio que me mostró
en un espejo mágico lo que yo llevaba dentro. Me gustó lo que miré. Corrí a contarle
a mi padre, pero se me olvidó que yo era una rama olvidada.
Tomé la Fuerza
y me fui. Ella me llevó a lugares insospechadamente altos, donde pude mirar en
perspectiva. Observé el frondoso árbol de nuestro gran linaje y por primera
vez, la gratitud fue más grande que el dolor de haber crecido en el olvido.
Honro y agradezco
a aquel ancestro que depositó bajo el cerezo, la fuerza de su espíritu de
samurái.
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