Aquella mujer preparó su maleta,
viajaría ligera. En lo más profundo de
su ser, donde la razón ya no tiene cabida, sentía que sería un viaje
iniciático. La Aventura ya la esperaba. Tendría que dejar lo conocido, soltar a
sus amados para poder partir. Era necesario.
Un cambio se había gestado en su
interior, una lenta alquimia, ya no era la misma. Era tiempo de volar. No sabía
si sus alas eran incipientes o ya habían crecido, sólo tenía la certeza de que
habían sido reparadas en el “Taller de las alas rotas”. Ahora estaban tejidas
con hilo de ángel. Subió a la cima de la montaña y desde ahí miró con asombro el
inconmensurable horizonte, tomó un suspiro y se lanzó al vacío. El Amado
Maestro le dio su bendición. Se congratulaba por su renacer, después de haber
estado en los oscuros laberintos, atrapada en sus heridas, había logrado salir.
Después de todo… ella había persistido y eso tenía su recompensa.
Imagen tomada de internet
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