Las lluvias de julio y agosto no llegaban solas, solían
traerme una nostalgia singular. Recuerdo un año en especial, en que lo que
llegó con ellas fue una extraña tristeza. Tenía el sabor del duelo. No se iba a
ninguna parte por más que trataba de sacudírmela. Ese verano fuimos a la playa,
sin embargo, estar sentada frente al mar sólo me provocaba un llanto
inexplicable. De pronto, me di cuenta de que lloraba por mi virgen herida, es
decir, por la etapa de mi vida donde fui adolescente. Había ido a talleres
donde se trataba de sanar al niño herido, pero en mi caso descubrí que la
adolescente estaba mucho más herida que mi niña. Era una joven con las alas
rotas. Y si el verano era la juventud de la vida, entonces tenía sentido,
evocarla en dicha estación. Así pasaron muchos veranos donde inevitablemente me
sentía triste, aunque cada año el dolor decrecía hasta terminar siendo una
nostalgia soportable.
Este verano pandémico volvió a ocurrir lo mismo, pero a
diferencia del pasado, quería sanarlo definitivamente. Me sentía como en una de
esas películas donde el protagonista está atrapado en un bucle de tiempo y repite
el mismo día hasta que hace algo distinto que lo saca, pero ¿qué era eso diferente
que aliviaría mi nostalgia? Dice mi hijo, el guionista, que a veces hacemos las
preguntas equivocadas. Quizá la adecuada era ¿qué hago siempre? Y la respuesta
fue resentir. Cada verano resentía mi adolescencia de libertad coartada.
Recordaba cómo esas alas de independencia dispuestas a volar, quedaron
lastimadas. Y volvía a sentir el dolor de aquella joven.
Una mañana sentada bajo el chorro caliente de la regadera
corriendo por mi espalda, llegó a mi cabeza un pensamiento: ¿Puedo abrazarme
con mis alas rotas? Y la respuesta fue un rotundo: “¡Sí, sí puedo! Antes no podía,
pero hoy sí puedo” y “voilá”, la nostalgia comenzó a difuminarse.
¿De dónde vinieron ese pensamiento y ese abrazo? De las
estrellas. Fue mi Ser Más Elevado, mi Maestro Interior, mi Conciencia Crística
o mi Yo Superior; las palabras no alcanzan para definir lo inefable. Después de
ese día comenzaron a aparecer en mi vida nuevos mentores. Los tres decían lo
mismo, de diferente manera. Todos hablaban de “worthiness” en el diccionario se
traduce como dignidad, sin embargo, siento que el significado es mucho más profundo,
es más bien la Soberanía, un sentimiento interior de valía e integridad. Un “sentirme
a gusto en mi propia piel”. Un asomo de mi Autenticidad, la que en verdad soy.
No la que creí ser en la confusión de los roles asignados. Ya venía yo
escribiendo sobre un teatro y el cansancio de representar los mismos guiones
una y otra vez haciendo de la vida una tortuosa rutina.
Después de ese abrazo cósmico pude honrar mi camino
andado, agradecerle a esa joven su valentía y determinación porque las decisiones
que tomó marcaron nuestra vida. Me llegó
una nueva Inspiración para seguir
escribiendo la historia en la que estoy trabajando desde hace algún tiempo y
que estaba estancada, como mis emociones.
Hoy amaneció lloviendo por la entrada de un huracán. Pinta
que todo el día estará lluvioso, sin embargo, ya no me siento triste ni nostálgica.
Por el contrario, siento la fuerza de estar viva, el impulso creativo y el
deseo de compartir mis letras.
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