miércoles, 28 de julio de 2021

STORYTELLER

 

En los albores de mi alma, yace un recuerdo primal Me veo enclavada en una tierra antigua. Abetos, pinos, cedros y avellanos forman un tupido bosque. Un verde profundo pinta el paisaje. Un arroyo desciende desde la lejana montaña nevada. Escucho el agua cristalina corriendo sin detenerse. Brinca las piedras que se ponen en su camino y salpica humedeciendo la orilla donde crece la hierba. Tierra y Agua se hacen amantes antes del amanecer. Sólo queda el rocío y el olor a petricor. Percibo la Sacralidad del Espíritu que ahí habita. Lo abarca todo. Llevo un sencillo vestido corto y semitransparente que deja ver mis senos y curvas; mi pelo suelto decorado con una diadema de flores. Estoy descalza.  Abrazo los árboles, corto flores silvestres, hago atados de hierbas. Por las noches escucho el aullido de los lobos y danzo bajo el influjo de la luna. Rio cuando el sol me acaricia la cara o cuando la lluvia me empapa. Vibro al sentir la pulsión de Vida que late en todo mi cuerpo de mujer. No estoy sola, hay otras mujeres cultivando sus dones. Los hombres que nos fecundan están en otra aldea cercana. Son guardianes de lo Sagrado Femenino.

Camino entre la arboleda y observo un trazo tallado en el tronco de un avellano. Es el signo de la clarividencia. Hundo mi dedo índice en el tallado y de pronto, tengo una visión.

Los opresores se acercan galopando sus caballos domesticados con armaduras de hierro y espadas. Nos conquistan, nos oprimen, derraman sangre. Ahora somos víctimas y verdugos. Despojadas, tomadas a la fuerza. El Patriarcado se instaura. Pretenden encerrar al Gran Espíritu Todo Abarcador en templos. Le atribuyen una forma humana y cruel. Lo llaman “Padre”. 

Pasa mucho tiempo, nos creemos esta locura. Defensa y ataque. Dolor, muerte y sufrimiento. Hacemos lo posible por escapar, pero nos convertimos en lo mismo, perpetuándolo. Se siente tan real.

 ¡Oh no! He dejado de ser una observadora y ahora estoy dentro del conflicto. Participo en su juego macabro. Me siento herida, fragmentada. Estoy atrapada en la ilusión. Comienzo a olvidar el tupido bosque y su Sacralidad. El Patriarcado cambia sus formas, se oculta sutilmente. Nos engaña. Nos adaptamos.  Ahora lo veneramos. El recuerdo primal se ha difuminado. Pasan años, no sé cuántos, pero me siento tan cansada. Todos los días parecen una vana repetición. Sé con el corazón que “hay algo más”. El espejo me lo dice, ya no llevo el pelo suelto, ni danzo bajo la luna.

—¡Leonora! ¡Leonora! ¿Dónde te metiste?

Escucho a lo lejos la voz de mi hermana. Me siento succionada hacia atrás y vuelvo a estar enclavada en el bosque.

—Por fin te encuentro, otra vez ¿buscando Inspiración? 

No puedo contestar, estoy temblando.

—¿Qué pasa Leonora?

—Tuve una horrenda visión…

—¡Oh querida cuánto lo siento! Con un té de la abuela, te sentirás mejor. ¡Vamos!

Regreso a nuestra pequeña aldea. El cazo de la abuela está sobre el fuego. El olor a canela me envuelve. Ella se me acerca, me abraza y me dice al oído:

—Recuerda lo que eres — al tiempo que me entrega mi pluma de ave, un cordel de hojas de abedul atadas y tintura roja.

Entonces recuerdo y escribo...



JULIO 2021

Metepec, México

Durante la pandemia






                                                                                            Imagen tomada de internet

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