Una estrella que guía. Un
niño envuelto en trapos en un humilde pesebre. Oro, incienso y mirra como ofrenda.
¡El nacimiento de la luz y la esperanza!
El mito, sin duda, es hermoso.
No en vano ha tocado tantos corazones durante dos milenios. La importancia de
Jesús, independientemente de si se cree en él o no, partió la Historia de la humanidad.
Contamos los años a.C antes de Cristo y d.C después de Cristo.
Desde tiempo inmemorial,
los seres humanos tuvieron la necesidad de explicarse lo que no comprendían.
Desde su origen, los ciclos de la vida y la muerte, hasta los fenómenos
temibles de la Naturaleza. Así surgió el politeísmo, las filosofías espirituales,
el monoteísmo, las teologías, etc. Todo por el afán de explicar a Dios.
Imaginemos a ese primer hombre,
parado en un montículo de tierra, admirando la bóveda celeste llena de estrellas
lejanas. Dejándose abrazar por el Misterio de lo Inefable. Sintiéndose, paradójicamente,
diminuto y al mismo tiempo, parte de lo que miraba, pero no entendía. De su Asombro
brotó la búsqueda de Entendimiento. Nacieron los mitos, sin embargo, ¿quién
puede contener la inmensidad del cosmos en un relato?
Jesús se convirtió en el
centro de una religión que quizás no pretendía fundar. Tal vez, entre dogmas incuestionables,
narrativas de culpa, miedo, pecado, castigo, salvación, se perdió el verdadero
sentido del AMOR.
Casi un tercio de la
humanidad cree en Jesús. El islam, hinduismo, budismo, otras religiones y los
agnósticos conforman otros porcentajes. ¿Quién posee la verdad absoluta? La división
entre “creyentes” y “no creyentes” provoca exclusión. El juicio eterno. Las
luchas religiosas en nombre de Dios son locura. No se trata de convencerse
mutuamente. Es una dinámica que no ha funcionado porque la paz se nos sigue escapando
entre narrativas que encarcelan, en vez de inspirar. Mientras seguimos
construyendo muros de separación, seguimos negando el AMOR.
El Amor como flujo, fuerza,
resonancia y conexión. El Amor como hilo conductor. El Amor como camino. El Amor
como luz. El Amor como Presencia.
En esta noche invernal,
fría y nostálgica también quiero admirar la bóveda celeste llena de estrellas
lejanas y sentir el Abrazo de lo que no se puede nombrar. Enmudecer ante el Misterio
y creer con el corazón que podemos renacer a la Luz. Así en la tierra como en el
cielo.
Deseo lo mismo para ti,
querido lector.

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