miércoles, 21 de marzo de 2018

ELLA, LA PRIMAVERA



El sol la despertó acariciándole el rostro. Los rayos se filtraron por su ventana, recordándole que la Primavera acababa de llegar. Aquella mujer se levantó y se puso su vestimenta de trabajo. Un overol y unos tenis desgastados. Ya tenía las herramientas preparadas y también las semillas que quería sembrar. Aró un rato haciendo surcos que le hacían recordar, la profundidad de la tierra y todo lo que ahí se escondía. Conocedora de los laberintos subterráneos, sonrió. 

Ahora era tiempo de sembrar, de diseñar la nueva parte de su jardín. Si bien había ya viejos y frondosos árboles, que le daban buena sombra, también sabía que aún tenía semillas con todo el potencial para germinar. También habría hierbajos que limpiar y ramas secas que retirar. Podar sería necesario.
El jardín era fecundo. Lleno de árboles, flores y plantas, sin embargo, había una pequeña parte donde nada brotaba, era un rincón donde las semillas parecían secarse. “¿Será que hay poca luz?” Se preguntaba.
-   No puedes ver lo que está creciendo bajo tierra.- Dijo un conejo que se fue brincando.
Era cierto, desde el lugar donde estaba no tenía la capacidad de verlo. Por un instante sintió el deseo de escarbar con su pala para averiguarlo, sin embargo, decidió no hacerlo. Confiaba en la Sabiduría de la Naturaleza. No iba a irrumpir con sus dudas. Se fue canturreando y continuó con su labor.  No vio a las hadas que llegaron volando atraídas por la belleza de lo que estaba creando. 

No sólo eran las flores y las plantas, ni los aromas y los colores, ni las mariposas y las aves. Era toda ella. Tan llena de Vida.  Había sido semilla y brote. Había crecido con la luz alimentándose de la tierra y el agua.
Había florecido.
Se había convertido en la Primavera misma.

                                                           Imagen de Aimee Stewart

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