Dice que se va y se me arruga el corazón. Sus alas de independencia están listas para volar del nido. La mitad de mi corazón se llena de gozo; la otra mitad, de nostalgia.
No
es la primera vez que parte; pero siento que ésta es la definitiva. Mi corazón volverá a sentirse extraño.
Desubicado buscando al niño que ya no está porque al cabo de los años se volvió
hombre. Deambulará en los recuerdos de fiestas de cumpleaños, festivales
escolares, juegos, piñatas, risas y llantos para encontrar consuelo. Veremos
fotografías: testigos mudos, que retrataron las imágenes de lo que fue
significativo. Se encogerá durante algún tiempo hasta expandirse de nuevo,
volviéndose a llenar de amor: por la
encomienda cumplida, por el servicio prestado a la Vida, por la aceptación de
que el amor a los hijos se demuestra dando un paso atrás para no estorbar el
despliegue de sus alas cuando están listas para volar. Estoy sostenida por las
madres que me preceden; “las que ya soltaron”. Me uno a ellas en honra y gratitud.
En
mi vientre estriado y abultado quedó escrita nuestra bella historia. La huella
imborrable de la maternidad en mi cuerpo. Estoy en paz con eso.
Ahora
toca encauzar toda esa energía que se liberará del rol de madre. Retomarla para
mí. Reinventarme, resignificarme. Renacer como mujer.
Estaré
escribiendo, sin duda la escritura me salvará como me ha salvado tantas veces
en mi vida.
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