La Primavera ya está aquí. Se asoman los brotes en los árboles y plantas; las flores tímidamente resurgen del letargo invernal. El calor comienza a sentirse en el ambiente. Ropa fresca, faldas y sandalias. Limonadas y tés helados.
Descalza camino por el pasto y cerrando los
ojos, reviso mi jardín interior. Recuerdo con gratitud la última cosecha. Ahora
es tiempo de preparar la tierra nuevamente. Abro los surcos para sembrar las
pequeñas semillas que contienen las promesas. ¿Qué plantaré esta primavera? Saco
la bolsita que traigo en mi delantal y elijo esperanza, gozo, aceptación, y
plenitud. Mi corazón se expande, parece estar de acuerdo.
—Buena
elección — susurran dos diminutas abejas que se posan en las flores de lavanda.
Alcanzo
a escucharlas y ya no me sorprendo porque este jardín está lleno de magia. Las
semillas me las entregó una mujer mayor de pelo blanco recogido en un chongo
quien me dijo: “Ya sabes de estiaje, de tierra resquebrajada, de hierbajos y
espinas; ya llegó el tiempo para ti” “¿El tiempo para qué?” pregunté, pero se
fue sin responderme desapareciendo entre las higueras.
Una
ráfaga de aire sopla y el polen de las florecillas me hace estornudar. “¡Oh
no!” he tirado sin querer las semillas. Se han desperdigado entre las hierbas
aromáticas. La esperanza cayó sobre el cilantro; el gozo sobre la albahaca; la
aceptación encima del romero y la plenitud se revolvió con la hierbabuena. Suelto
una carcajada encogiéndome de hombros. Dejaré que la Naturaleza haga lo propio. Mientras tanto
estaré escribiendo porque la Primavera también me ha traído una renovada
inspiración.
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