La línea que separa el otoño del invierno, se difumina. Los tapetes de hojarasca reciben a los días cortos y a las noches largas. Los árboles terminan de despojarse de sus hojas secas. Desnudos y vulnerables. Me detengo frente a un abeto y le pregunto: ¿acaso me invitas a lo mismo?
Puedo sentir en el ambiente una mezcla de nostalgia y cobijo; recuerdos y consuelo. El viento helado enfría mi cara. Regreso a mi casa y me recibe el olor a bosque del pino natural que compramos. Ya está decorado con luces y esferas. Los regalos reposan bajo sus ramas.
Me dirijo a la cocina y prendo la estufa. Me preparo un “mulled wine”. Vino tinto, naranja, clavo, jengibre y canela. Al primer hervor apago la infusión que me calienta el alma y los recuerdos. Pienso en los que ya no están y los vuelvo a extrañar. Mi madre y mis tíos ya son adultos mayores. Nosotras, las niñas del ayer, ahora somos las tías y las nuevas generaciones ya están aquí. Retoños nuevos en el árbol de nuestro linaje.
Enciendo una vela de esencias festivas. Tomo mi libreta y mi pluma. La escritura se vuelve íntima...
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