Seducida
por un arrebato, llegué a la madriguera del lobo por mi propio pie. ¿Qué hacía
en un lugar tan peligroso?
Su deseo me recorría no sólo la piel, sino también
me desnudaba el alma. Su cercanía despertó algo que dormía profundamente en mi
interior. Quise salir corriendo, pero no pude huir de lo inminente.
Me tomó la
cara, me besó y yo perdí la fuerza entre sus brazos. Comencé a rendirme en su piel de lobo. Perdí
mi inocencia para recordar quién era yo. No sé si me convertí en loba o él se convirtió en
hombre sólo sé que fue licantropía pura.
Aullamos de placer, mis silencios se
volvieron gemidos, mi rigidez se hizo rítmica y mi miedo me observaba ruborizado. Había
dejado de tener poder sobre mí.
El lobo y yo nos hicimos eternos. Estallamos en
éxtasis. Él ya había perdido su ferocidad, ahora era mío: rendido, manso e
indefenso.
Me puse mi capa roja y me despedí sin falsas promesas.
Regresé
a mi cotidianidad como una Iniciada.
Llevaba en mi piel, el secreto del lobo.
Imagen tomada de internet
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