Venerada desde hace siglos. Te difuminas entre la historia y
la leyenda. Tu virginidad fue enarbolada y tu imagen enaltecida.
“Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí
tal como has dicho” fue tu respuesta ante el anuncio del ángel Gabriel y con tu
“´sí” se abrió un portal cósmico. La posibilidad de que la Creación fuera
restaurada quedó sembrada en tu bendito vientre. La Divinidad compactada en un
cuerpo humano. Tu voluntad alineada a la Voluntad Suprema.
La imagen del pesebre todavía resuena en nuestros corazones. La Luz y la Esperanza encarnadas en un frágil niño envuelto en trapos a tu cuidado. ¡Qué gran encomienda!
Tuviste la fortaleza para soportar que “una espada atravesara tu corazón” como profetizó el viejo Simeón. Y tu hijo se volvió hombre. Te mantuviste respetuosa cuando él eligió su destino. Lo acompañaste en su vía crucis. Limpiaste su sangre. Lo viste morir en una cruz.
Tu misión sagrada estuvo
completa. Mujer incorrupta y visionaria. Falsamente asociada a la sumisión. No,
no fue sumisión, fue el servicio que entregaste a los desgastados corazones
humanos, sedientos de fe para que volvieran a creer. Restaurar el quebrando era
esencial. ¿Cómo hacerlo sin tu participación bendita mujer? El principio
femenino creador.
Te volviste arquetípica porque nuestra fragilidad humana
necesita sentir protección y cobijo. Te convertiste en nuestra Madre. Refugio y
sustento. Vives y vibras en algún recoveco de nuestro interior.
Cobíjanos con tu manto de estrellas cuando las
dudas nos turben y cúbrenos por favor, con tu amor maternal mientras caminamos
por este sendero humano.
La Gracia siempre contigo.
Imagen tomada del internet
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